domingo, 9 de diciembre de 2012

PENSAMIENTOS DECEMBRINOS





Diciembre es un mes que siempre me ha gustado y lo sigue haciendo.
A pesar del frío, la lluvia y la humedad para mí es sencillamente el mes de la Navidad, de los adornos, de poner la casa patas arriba y de compartir buenos ratos con los amigos y la familia.

 ¿O puede que no?
Una de las cosas que más me ilusiona es sacar todos los artilugios navideños. Afortunadamente de un año a otro se me olvida con detalle lo que hay en ese par de cajas maravillosas que reposan el resto del tiempo en el trastero. Abrirlas, por lo menos para mí desde que tengo uso de razón, es pura magia.

 ¿Para otros quizás no?
Hace algunos años, más de los que me gustaría, un amigo que tuve utlizó un término que me sorprendió, el de "compras de pánico" al referirse a los regalos de navidad. Me sonó tan exagerado que me reí pero por algo no se me ha olvidado y de hecho lo escribo -seguramente es algo mucho mas vigente en la actualidad que entonces-.

El acto de conseguir un regalo o mejor dicho, un detalle,  ya sea comprado o no, debería ser algo agradable, meditado y especial que incluso se podría hacer con antelación, sin embrago aparece el pánico. Pánico por comprar y por llegar puntual a una cita que nos marca el calendario como si de un tatuaje se tratase: la cita con Santa, con Olentzero y con los Reyes Magos o con algún otro ser que se me escape. Así que dar este detalle a una persona querida debería ser un acto placentero.

 ¿O es pura obligación?
Preparar los diversos menús de estas fiestas es una tarea que emociona a muchos, sobre todo si se trata de "cocinillas", aunque posteriormente acaben agotados. Centrémonos en la cena de Navidad. Yo llevo ya algunos años votando por un menú alternativo, que se salga de lo típico que suele estar más caro que el resto del año como es el cordero, el besugo o el cochinillo. De los mariscos mejor ni hablar.
Sin embargo mis propuestas de tabla de quesos y patés -que llenan bastante y hay de muchos precios- en vez de langostinos y salmón son tiradas por tierra. Cuando continúo proponiendo un riquísimo pastel de puerro o de calabacín seguido por el solomillo de cerdo acompañado de ciruelas y manzanas ya nadie de la familia me escucha. La tradición es la tradición y pesa más que mi propuesta de menú sencillo y económico.

 ¿O este año será diferente?
Pero aquí no terminan estos pensamientos porque me faltan los regalos... Llevo ya algunas navidades intentando que los Tan Queridos Seres les traigan ese detalle del que hablaba antes a los que son, por ejemplo, menores de 16 años, aunque habría que tener en cuenta la madurez de cada adolecente. Con ello no pretendo traumatizar a nadie. Sin embargo, Los Tan Esperados nos traen regalos a todos - y conste que a mi me encanta el acto de abrirlos- y generalmente no es uno sino varios. Indudablemente, de algunos lo mejor es el envoltorio y probablemente acaben olvidados en un rincón del armario, ocupando un valiosísimo espacio o en el peor de los casos en la basura.

Mi propuesta de que el regalo sea algo entrañable o por lo menos práctico y que no necesariamente tenga que ser comprado, a día de hoy no ha tenido éxito.
Recuerdo que en un momento de desesperación incluso me atreví a presentar a la familia los "vales navideños", no canjeables hasta las rebajas pero obviamente se me tachó de fría e insensible aunque no de estúpida.
Tal vez este año la Crisis nos ayude, mejor dicho, obligue, a cambiar algunos de nuestros hábitos y esperemos que nos haga un poquito más saludables. Tal vez sea el momento de que por fin se tomen en cuenta algunas de mis propuestas de los últimos años.
                  ¡Y que nadie  lo dude: me encanta la Navidad!






Por último una pequeña nota ecológica para recordar a los seguidores de este blog la importancia de separar y reciclar los papeles de regalo y demás envoltorios.