Por: Yudiel Pérez
Proporcional
al aumento en la expectativa de vida, crece en nuestra sociedad la
población de viejos.
En la actualidad esto es un problema ya sea
que se trate de viejos pensionados, activos o millonarios.
Los
pensionados (ya sea por las instituciones o por la familia), por la
carga económica que representan, especialmente los inválidos; los
activos, porque están ocupando en la planta productiva el lugar que
le correspondería a un joven y los millonarios, porque están
retrasando la entrega de la codiciada herencia.
Es
de esperar que en un futuro no suficientemente lejano esta población
creciente adquiera categoría de plaga. Es por lo tanto necesario
comenzar a pensar seriamente en su exterminio, o al menos, en el
control de su población dentro de límites manejables.
Los métodos
tradicionales de control de plaga quedan descartados, porque, además
de ser burdos y propios de mentes inferiores como las de los nazis,
es de esperar que, si
las cosas salen bien, les sean aplicados esos mismos métodos a
aquellos que los aplican, por tal motivo, los métodos de control
deberán ser sutiles, aunque se sacrifique un tanto de la
efectividad.
Al viejo, no le queda
más remedio que aceptar la muerte como algo inevitable y no se
opondría a acortar el final de esa última etapa de la vida si se
hace de una forma emocionante y divertida, o cuando menos, digna.
Un plan de exterminio
fino, disfrazado de prestación social, sería bien aceptado por
todos, incluyendo los viejos. Por ejemplo, ofertas generosas,
difíciles de rechazar aunque se sepa el objetivo, para que la gente
mayor practique actividades peligrosas sin arriesgar la vida de otras
personas (el automovilismo queda descartado). Pero esto solo sería
aplicable en viejos relativamente sanos, por lo cual,
paradójicamente, la salud del viejo sería un factor importante para
su eliminación.
Lo que absolutamente
nadie quiere, es la invalidez. Un inválido, es una carga para la
sociedad y para sí mismo y a diferencia del viejo sano, no se puede
siquiera pensar en su eliminación sin degradar la calidad humana de
la sociedad.
Por tal motivo, es
aceptable en una sociedad práctica, pero que no pierde el respeto
por si misma, el buscar la muerte del anciano (hay ciertas actitudes
de la sociedad que parecen concordar con esa idea), pero evitar su
invalidez.
Por tal motivo, la
orientación apropiada al servicio de salud para el viejo, debería
enfocarse en mantenerlo apto para que pueda practicar deportes
peligrosos como alpinismo, ciclismo o excursionismo y evitar en
todo lo posible enfermedades invalidantes, como artritis, glaucoma,
derrame cerebral, etc..
Esta actitud para con el
viejo no es necesariamente cara y seguramente la iniciativa privada
contribuiría gustosa, proporcionando infraestructura y equipo para
llevar a cabo tan noble fin y cada infarto o accidente mortal
compensaría con creces su inversión.
Sí, eliminar al viejo,
pero no con oprobio y descalificación que es como lo hacen en la
actualidad tanto las empresas públicas como las privadas,
ocasionando en el viejo depresiones que lo conducen a la enfermedad,
a la invalidez y en consecuencia a un rechazo mayor por parte de la
sociedad; sino con el fomento de actividades que les permitan vivir y
morir dignamente y con aceptación.
Tomando en cuenta lo
anterior, la sociedad debe proporcionar al viejo salud y diversión
para evitarle una larga, degradante y costosa agonía.