jueves, 15 de marzo de 2012

Si de capitales pecados se habla... de lengua, un buen plato.







Por: José Luis Hernández S.
(México)


... ¡Ah!, pero qué tenemos aquí, un moribundo, ¡Eh, señor! ¿Qué le sucedió? No me diga que se desbarrancó... Malo, malo... ¡Mire nada mas en que situación quedó! Creo que no tiene un sólo hueso sano y aunque ese precioso líquido rojo no lo veo derramado por aquí, me imagino que en su interior ha de estar en suculentos charcos, mmm... No sé si lo que le voy a decir le sirva de consuelo en este momento, pero ha de saber usted que antes de morir, me prestará un gran, gran servicio; hoy tendrá la suerte de ser mi proveedor de alim... ¡Doctor! Pero si es usted... ni más ni menos... Tal vez usted no me conoce, lo sé por su expresión y por que no se ha avocado a la tarea de buscarme, sin embargo, para su desgracia, yo lo conozco perfectamente... ¿Qué he hecho para merecer esta suerte? Encontrarlo aquí, agonizando. Voy a tener el placer de verlo morir. Me sentaré a esperar ese momento tan sublime que ni siquiera soñé y que ahora, en esta lunática penumbra, me extasiará el gran drama de sus gesticulaciones... Pero, ¡qué descuido!, «doctor» Yo aquí hablándole de mis sentimientos y no he tenido ni siquiera la delicadeza de saludarlo. ¡Buenas noches!, «doctor». ¿Tuvo usted un accidente? ¿Se siente muy mal?, «doctor». ¿Ya no puede ni hablar? ¡Qué barbaridad!... Se volvió viejo doctor. Cómo es posible que siendo usted una persona tan cuidadosa, tan metódica, se atreva a viajar de noche a través de mi territorio, siendo estos tenebrosos parajes tan agrestes que hasta los mismos lugareños les tienen reservas. Es muy atrevido, «doctor». ¡Que descuidado! Quién lo iba a pensar de usted, no trae sus crucifijos de oro, ni su ostia sagrada, ni siquiera sus aromáticas guirnaldas de flores de ajo... Sobrestimó su trabajo, «doctor»... ¡Qué no hubiera dado mi primo –si usted no lo hubiese destruido- por estar aquí!, a mi lado, disfrutando éste momento... ¡Oiga!, se me está ocurriendo algo muy gracioso, una verdadera ironía del destino, pero no debemos perder tiempo, ya que está próximo a morir... Tal vez podríamos efectuar una comunión de nuestras sangres y así, al terminar su vida, pasaría a engrosar nuestras filas, ¿lo puede imaginar? ¿No le parece simpático? Usted que nos ha perseguido sin descanso, con tenacidad y desprecio; usted que creía habernos exterminado; está ahora a un paso de convertirse en uno más de los nuestros... Pero doctor, por favor quite usted esa mirada de desesperación; en el lamentable estado en que se encuentra no le queda más remedio que resignarse y aceptar el futuro que le voy a brindar... Mmmm... ¿Brindarle yo un futuro? ¿Soportarlo toda la eternidad? ¡No!, sería como premiarlo, ¡no lo haré! Sin embargo, dejarlo morir así, sin nada más, no sería lo correcto, me quedaría con un mal sabor de boca, debo satisfacer adecuadamente mi sed de venganza... ¡Doctor!, voy a darle el trato que se merece y, por lo que más quiera, quite esa maldita mirada de borrego a medio morir que no hará que me conmueva. He de hacer que su breve agonía le parezca eterna, que pague por mi primo y mis congéneres... ¡Si!, por mi querido primo que estuvo a punto de brindarnos un mejor hábitat, un proyecto que le llevó siglos desarrollar y que en el momento de su inicio, de repente, aparece usted y lo arruina todo... ¡Si! Todo se echó a perder por su culpa… y por la estúpida arrogancia de mi primo que lo llevó a cometer el error de menospreciarlo; sin embargo, entérese de que todo su esfuerzo fue inútil, porque, sin la presencia del conde con su infantil cerebro que opacaba y entorpecía mis acciones y sin la intervención de usted -asunto que estamos por arreglar- no habrá ser sobre la Tierra capáz de enfrentarme con éxito; ocuparé el lugar que tenía mi primo, ya no seré un ente sin brillo, he de trascender a través del tiempo, estaré presente en el pensamiento de todos los mortales hasta la eternidad... Pero, volvamos a lo nuestro, «doctor», que su tiempo se acaba y en este momento en que está a merced de mi inclemencia, cada segundo que pasa, es uno que pierdo para el gozo de torturarlo. No desaprovecharé esta oportunidad que el destino me brinda en bandeja de plata. ¡He de hacerlo pedazos! ¡Sentirá mi crueldad en cada una de sus partículas! ¡Sufrirá horrores que ni siquiera es capaz de imaginar! He de lograr que suplique por su muerte. Toda mi ferocidad recaerá en su persona, volveré locos sus sentidos. ¡Sí, doctor Van Helsing! De ésta no lo salva ni siquiera un argumento de Stoker Abraham. ¡Le juro por Dios que... ¡Aaggggh!... Grgrr, r, r...

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