Apareces sutil, limpio, invisible, por sorpresa, sin pedir permiso y así sin más me envuelves, me invades y traspasas uno a uno mis límites, ésos que tan sólo permito en ocasiones contadas, cuando voy a alguna ciudad de las grandes y me subo al metro en hora punta.
Me levanto muy despacio y abro la ventana para escucharte mejor. Me despeinas, sin ningún tipo de vergüenza, no tienes ni idea de lo que es el pudor.
De repente te disfrazas de Eolo y te vuelves poderoso y altivo; vas de menos a más, te elevas, revoloteas como mariposita. Luego te haces menos, como una brisa casi imperceptible, jugamos al escondite y sí, sigues aquí. Eres tú el que decides con quién estar y a quién asustar; qué puertas y ventanas azotar con una pequeña ráfaga, qué tejas y macetas tirar de algún balcón confiado.
Te duele que ya no seamos capaces de recordar, como antiguamente, allá en el campo, tus mil nombres y los males que a ellos se asociaban. Has perdido ese respeto y aunque siguieses teniendo el poder de adueñarte de la voluntad de las personas, de sus arrebatos, hoy más bien se habla de que puedes producir un pequeño mareo, dolor de cabeza o tal vez despertar un amor loco, una pasión desenfrenada.
Sé que me tengo que cuidar de ti, sobre todo si pareces enfadado con el mundo y hay momentos en que sí que lo estás. Primero susurras delicado al oído incauto para luego rugir sin compasión en un concierto del que eres el único instrumento.
Te puede la soberbia de un dios, incluso la ira. Te tornas pegón sin motivo, como el niño de tres años que no es capaz de entender el daño que puede causar. Simplemente te diviertes. Y levantas olas mareando al mismísimo mar o muy creativo tú, construyes remolinos que se tragan casas, personas y pueblos enteros.
Cuando ya no puedes con tanta risa decides parar, un poco fatigado tal vez y pasas a admirar tu gran obra. Sin que nadie lo espere lloras arrepentido, no te gusta lo que contemplas y tú, tan etéreo, sientes nauseas.
Para desgracia del mundo eres un completo desmemoriado, careces de recuerdos, ni tan siquiera sabes que una vez fuiste pequeño y que tuviste una madre. Pero tu vacío tan sólo lo sientes y es por eso que haces lo que haces y que eres como eres.
Foto: Consecuencia del primer temporal del otoño en Hendaya.
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