domingo, 8 de enero de 2012

SALTO EN EL TIEMPO


Recién cruzado el puente de piedra sobre el río Tirón a su paso por el pequeño pueblo de Cihuri escucho algo que tal vez es música, aún lejana, sin identificar. Una niebla blanquecina parece salir del agua, como si fuese vapor y mientras tanto yo me acerco a la plaza con paso lento, propio de un paseo en vacaciones. Entonces me doy cuenta de que el que canta es Luís Aguilé con su “Ven a mi casa esta navidad”. Aunque prefiero versiones más alegres como la de Plácido Domingo y Dionne Warwic lo que me llama la atención es que  se trata de música cercana, no más Mariah Carey, que por cierto estas navidades está presente por todas partes.
Un grupo de luces blancas bordea el extraño techo que cubre parte de la plaza y que sirve para dar cobijo a mesas y sillas, dos futbolines y una fuentecilla futurista de la que se empeña en brotar un chorrito juguetón.
Uno de los bares del pueblo contribuye con sus propios adornos luminosos y una gran estrella situada en un extremo de la plaza cubierta se elevaba orgullosa mostrando sus destellos coloridos más de discoteca de los setenta que de estrella de la navidad.
No falta el belén, mejor dicho, el misterio, situado a un lado de la entrada de la iglesia. La vírgen María, San José, un Jesús bebé de unos ocho meses y con manta, menos mal, y los animales. Todo ello como recordatorio de que se trata de una fiesta religiosa además de fiesta de los regalos y las comilonas.
Ahora suena un villancico, esa música navideña detestada por algunos pero que es otra de nuestras tradiciones. La plaza se cubre por la extraña niebla que esta vez parece salir de un decorado. Son las ocho y media de la tarde y no hay nadie por los alrededores, tan sólo surge de la nada un chucho que me rodea y menea la cola a modo de saludo o tal vez lo que hace es desearme una feliz navidad, quién sabe. 
La atmósfera parece capturarme. A pesar del frío, que no es tanto para ser el último día del año, hay mucha calidez en la estampa. Un sentimiento agradable, como de un sueño  hermoso del que no se quiere despertar me recorre y el paseo se torna extraño y mágico a la vez.
¡No lo puedo creer! En este momento suenan los cánticos propios de las posadas, ésas tan famosas y entrañables que se celebran en México. Esto sí que es realmente raro. Nunca se me pasó por la cabeza oír esta música en un pueblecito diminuto de La Rioja. La piel se me pone de gallina porque esa misma tarde estuve cantando la primera estrofa. ¿Será una señal?
Casi automáticamente todo este conjunto me transporta muchos años atrás, exactamente a la Colonia Educación, en México D.F. en un tiempo en que los niños podíamos jugar en la calle. Mi abuelita junto con otros vecinos organizaban la posada y cada uno con su librito y su vela cantaba rememorando el momento en que La Vírgen a punto de dar a luz y San José van por las casas pidiendo posada.
Después la piñata y los tacos y el ponche…
Abro los ojos y estoy nuevamente en el 2011 en el centro de la plaza, al lado de la fuente. Aunque la decoración navideña es un tanto particular, la atmósfera conseguida también ha tenido el mérito de transportarme en el tiempo y eso ha sido un verdadero regalo. La mayoría de las decoraciones navideñas por muy hermosas y espectaculares que sean responden a motivos económicos así que su sentido es otro completamente diferente y eso se transmite y se percibe.
Al cruzar el puente de regreso ya no hay vapores, el agua del río corre sin más  y  simplemente pienso en la importancia de cuidar nuestras tradiciones en un mundo cada vez más global y por tanto tendente a la falta de identidad. Me invade un fuerte sentimiento en defensa del turrón, de los villancicos, los belenes, de los reyes magos y por qué no hasta del olentzero, todo aquello que suponga conservar lo que para cada uno sea su tradición. Sin tradición se pierde la identidad y sin identidad, ¿qué somos?
Está muy bien ser ciudadano del mundo pero mejor serlo con identidad.

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